viernes, 28 de mayo de 2010
Incomparable - Jennifer Salinas
Caminé, hacia aquí
para verte
mientras caminaba entendí
que volaba, porque tu me atraías
y pensé mil veces
qué hacer, una vez aquí
pero nada me preparó para lo que sentí
//Hueles a amor, hueles a paz
hueles a pasión, hueles a luz
y a grandeza, hueles a ternura//
Entonces vi a querubines callar
y estar muy quietos
mientras tú me oías decir
//Que eres excelso, eres eterno
eres tan poderoso, eres tan fiel
eres mi padre, eres incomparable//
Incomparable
mi ser desborda de gratitud
por estar aquí
y poder a adorarte
Mi corazón se humilla delante de ti oh Dios
incomparable…incomparable…
//Eres excelso, eres eterno
eres tan poderoso, eres tan fiel
eres mi padre, eres incomparable//
incomparable //
domingo, 23 de mayo de 2010
domingo, 16 de mayo de 2010
LOS DERRAMAMIENTOS DE LA SANGRE DE JESUCRISTO
Lv. 4:6 Y mojará el sacerdote su dedo en la sangre, y rociará de aquella sangre siete veces delante de
Jehová,hacia el velo del santuario.
En Isaías 53:4 al 7 leemos que el Señor
Jesucristo, como el Cordero de Dios, fue
llevado al matadero y sacrificado por
nosotros para salvarnos, redimirnos del pecado y
comprarnos con su sangre.
En el Antiguo Testamento Israel esperaba al
Cordero de Dios, el mesías que habría de
manifestarse para borrar sus pecados, y mientras el
mesías llegaba la ley les permitía ofrecer sacrificios
de animales para que por medio de la sangre de
éstos, cubrieran sus pecados; pero ahora nosotros, el
Israel de Dios, tenemos la gran bendición de que ese
Cordero vino hace casi dos mil años derramó su
sangre y se ofreció una vez y para siempre por el
pecado del mundo (He. 7:27).
Por ello debemos hacer nuestras las
bendiciones que Jesucristo ya pagó para nosotros con
su sangre.
el Señor Jesucristo derramó su sangre en
varias oportunidades para darnos libertad. El
Señor Jesús no derramó su sangre solamente
en la cruz, sino que, según lo indica la Biblia,
empezó desde su infancia.
Tomando como base las veces en que Jesús
derramó sangre, encontramos que cada parte de su
cuerpo que derramó sangre representa la liberación y
victoria que Dios quiere que tengamos sobre
diferentes áreas de nuestro ser; esa liberación ya fue
pagada por Cristo, por medio de su sangre llevando
sobre sí todas nuestras dolencias.
Veamos las enseñanzas de cada uno de los
derramamientos:
1. Derramamiento para sojuzgar el área
sexual, Lucas 2:21; 2 Timoteo 1:7
Las Escrituras nos enseñan que el primer
derramamiento de la sangre de Jesús fue cuando, a
los ocho días de nacido, lo circuncidaron, cortándole
el prepucio.
Una de las áreas más problemáticas en la
persona es la sexual, como lo vemos a lo largo de la
Biblia, pues incluso hasta los hijos de Dios
abandonaron sus cuerpos para tomar mujer (Gn. 6:1-
2).
El Señor derramó su sangre para que podamos
sojuzgar el área sexual, para vencer tentaciones,
receptores de concupiscencia y romper con herencias
ancestrales dañinas en nuestra genética.
Cuando Jesús fue circuncidado expuso su
vergüenza para que nosotros podamos superar la
propia cuando somos tentados en el área sexual,
buscando el poder de Dios para vencer las
tentaciones.
2. Derramamiento para ser benditos en el
trabajo, Lucas 22:43-44; Génesis 3:17-19
Algunas de las consecuencias del pecado de Adán y
Eva fueron la maldición sombre la tierra, el dolor
con el que comerían de ella todos los días de su vida,
y comer del pan con el sudor del rostro hasta que
volvieran a la tierra. Es decir que trabajarían sin
reposo, afanados por hacer producir la tierra.
El Señor Jesús fue obediente hasta la muerte y
cuando le estaba rindiendo su voluntad al Padre en el
monte Getsemaní1 su sudor era como gotas de
sangre, que caían a tierra.
Esa sangre fue derramada para anular las
maldiciones promulgadas al principio; por ello ahora
el trabajo, en lugar de ser maldición, es una
bendición y por ello podemos trabajar en el reposo
de Dios, como para Él y no para los hombres (Ef.
6:6-7).
1 Significa “prensa de aceite"
3. Derramamiento para quitar la rebeldía,
Mateo 27:26; Juan 19:1; Isaías 50:6a; Salmos
22:17
Antiguamente habían varias formas de azotar a las
personas.
Según el castigo romano la persona era
desvestida y atada en postura doblada a un pilar, o
tensada sobre una armazón. El azote estaba hecho de
tiras de cuero, con trozos aguzados de hueso o de
plomo, que desgarraban la carne de la espalda y del
torso.2
Según el castigo judío eran con tres tiras de
cuero, recibiendo el reo trece azotes en el torso
desnudo y trece sobre cada hombro.2 Se le ataban
las manos a una columna a ambos lados, luego el
servidor de la sinagoga le agarraba los vestidos hasta
que le quedaba el pecho descubierto. Tras él había
colocada una piedra y sobre ella se subía el servidor
de la sinagoga teniendo en su mano una correa de
ternero. Esta estaba primeramente doblada en dos y
las dos en cuatro; otras dos correas subían y bajaban
en ella. Su empuñadura tenía un palmo de largo y
otro palmo de ancho; el extremo llegaba hasta la
mitad del vientre. Se le azotaba un tercio por la
parte delantera y dos por la trasera.3
Bíblicamente el número trece significa
“rebelión” (Dt. 13; Nm. 13; Ap. 13).
Esto nos habla de que cuando el Señor derramó
de su sangre por los azotes, pagó por nuestras
rebeliones. Su sangre derramada nos da poder para
vencer la rebeldía que quiera originarse en nosotros
y para que ésta no afecte a nuestra descendencia (He.
7:9-10; Is 53:5).
4. Derramamiento para tener gozo,
Juan 16:20; Isaías 50:6b-7; Lamentaciones 1:2
Cuando al Señor Jesucristo le arrancaron la barba y
lo golpearon, derramó de la sangre que salió de sus
mejillas.
La amargura, la falta de consuelo, la traición y
situaciones similares pueden hacer llorar a las
personas, y al llorar las lágrimas derramadas corren
por las mejillas.
La sangre que el Señor derramó de sus mejillas
fue para pagar por nuestras tristezas y cambiar
nuestro lamento en baile (Sal. 30:11). Esa sangre es
bálsamo para sanarnos de las tristezas, para que en
medio de las tribulaciones podamos regocijarnos y
dejar que Él cambie la ceniza por gloria, el luto por
aceite de alegría, el espíritu angustiado por manto de
alegría (Is. 61:1-3).
El consuelo de Dios va a producir que le
elevemos nuestro canto, alabanza y adoración, y no
estemos callados sino que expresemos las maravillas
que Él ha hecho en nosotros; tal como ocurrió con
muchas personas, como el cojo que recibió la
sanidad de sus piernas por medio del apóstol Pedro
(Sal. 30:12; Hch. 3:1-9).
5. Derramamiento para renovar nuestra
mente, Mateo 27:27-30; Romanos 12:2
La corona de espinas que le pusieron al Señor y los
golpes que le dieron en la cabeza con la caña
provocaron que derramara de su sangre.
Este derramamiento nos enseña que el Señor
compró nuestra mente para que se la entreguemos
solamente a Él. Por ello constantemente debemos
transformarnos mediante la continua renovación de
nuestro entendimiento.
El Señor Jesús también abre nuestra mente
para que podamos comprender las Escrituras, por
ello debemos meditar constantemente en ella para
que nuestros pensamientos sean limpios.
La mente puede ser el taller de Dios si la
ocupamos en Él o del diablo si la mantenemos ociosa
(Lc. 24:45-47; Sal. 1:2; Is 26:3).
El trabajo que el Señor hace en nuestra mente
es para que en nuestro diario vivir hagamos uso de
su entendimiento (1 Co. 2:16 RV1569) y para que
lleguemos a amarlo con todo nuestro corazón, toda el
alma y toda la mente(Mt. 22:37).
6. Derramamiento para caminar y obrar
agradablemente para Dios, Juan 19:17-18; Lucas
24:39-40; Isaías 35:8; Salmos 22:16
Cuando crucificaron al Señor y le clavaron las
manos y los pies, derramó de su sangre.
La sangre que el Señor derramó de sus manos
fue para darnos la gracia de que nuestras obras
puedan agradar al Padre. Por eso las obras que
hacemos deben ser motivadas por el Espíritu Santo,
cubiertas con la sangre del Señor, y en santidad (Stg.
4:8). Las obras que son producto del humanismo y
que no pasan de ser puramente el esfuerzo humano
para recibir algún tipo de honra delante los hombres,
no son agradables al Señor (Is. 64:5; Mt. 6:1-9).
Las manos también están relacionadas con la
alabanza al Señor, por ello debemos hacer uso de la
sangre de Jesús, para levantarlas con santidad, sin ira
ni contiendas (1 Ti. 2:8; Ef. 2:22-13; 1 Co. 12:15).
Asimismo la sangre derramada de los pies del
Señor Jesús fue para que podamos agradar al Padre
en nuestro caminar; es decir, para que vivamos
agradándole por la fe. Debemos buscar la limpieza
de nuestros pies y hacer uso de las sandalias del
evangelio de la paz para predicar las buenas nuevas
del Evangelio (He. 11:6; Jn. 13:5-8; Ro. 10:15).
Bíblicamente los pies necesitan un tratamiento
especial; por ejemplo en el Evangelio de Juan vemos
que cuando Lázaro resucitó fue necesario desatarlo
de las manos y pies para que pudiera caminar (Jn.
11:44). También vemos que hubo personas que
después de haber sido liberados de demonios por
Jesucristo se sentaban a sus pies, lo que nos enseña
que el Señor también derramó de su sangre para
liberarnos y que podamos estar rendidos a sus pies
(Lc. 8:35).
7. Derramamiento para ser esposa del
Cordero, Juan 19:34; Apocalipsis 22:17
Cuando el soldado le abrió el costado a Jesucristo se
derramó sangre y agua de su cuerpo.
Esa sangre fue derramada para que los
cristianos podamos llegar a ser parte de la novia del
Señor (Ap. 21:9; Ef. 5:25-27).
Así como al primer Adán le formaron a su
esposa de la costilla que le sacaron del costado,
también al postrer Adán, es decir Jesucristo, cuando
derramó la sangre de su costado, fue para que le
formaran a su esposa (Gn. 2:21-22).
Este último derramamiento nos habla de consagración
para formar parte de la esposa del
Cordero (2 Co. 11:2).
Dios nos compró, no con oro ni plata, ni con
cosas corruptibles sino con la preciosa
sangre de Cristo, para salvarnos, romper
maldiciones, para limpiarnos, liberarnos,
restaurarnos y transformarnos, por ello
constantemente debemos hacer uso de esa sangre
para hacer efectivas las bendiciones de Dios en
nuestra vida y poder acercarnos y agradar al Padre.
Jehová,hacia el velo del santuario.
En Isaías 53:4 al 7 leemos que el Señor
Jesucristo, como el Cordero de Dios, fue
llevado al matadero y sacrificado por
nosotros para salvarnos, redimirnos del pecado y
comprarnos con su sangre.
En el Antiguo Testamento Israel esperaba al
Cordero de Dios, el mesías que habría de
manifestarse para borrar sus pecados, y mientras el
mesías llegaba la ley les permitía ofrecer sacrificios
de animales para que por medio de la sangre de
éstos, cubrieran sus pecados; pero ahora nosotros, el
Israel de Dios, tenemos la gran bendición de que ese
Cordero vino hace casi dos mil años derramó su
sangre y se ofreció una vez y para siempre por el
pecado del mundo (He. 7:27).
Por ello debemos hacer nuestras las
bendiciones que Jesucristo ya pagó para nosotros con
su sangre.
el Señor Jesucristo derramó su sangre en
varias oportunidades para darnos libertad. El
Señor Jesús no derramó su sangre solamente
en la cruz, sino que, según lo indica la Biblia,
empezó desde su infancia.
Tomando como base las veces en que Jesús
derramó sangre, encontramos que cada parte de su
cuerpo que derramó sangre representa la liberación y
victoria que Dios quiere que tengamos sobre
diferentes áreas de nuestro ser; esa liberación ya fue
pagada por Cristo, por medio de su sangre llevando
sobre sí todas nuestras dolencias.
Veamos las enseñanzas de cada uno de los
derramamientos:
1. Derramamiento para sojuzgar el área
sexual, Lucas 2:21; 2 Timoteo 1:7
Las Escrituras nos enseñan que el primer
derramamiento de la sangre de Jesús fue cuando, a
los ocho días de nacido, lo circuncidaron, cortándole
el prepucio.
Una de las áreas más problemáticas en la
persona es la sexual, como lo vemos a lo largo de la
Biblia, pues incluso hasta los hijos de Dios
abandonaron sus cuerpos para tomar mujer (Gn. 6:1-
2).
El Señor derramó su sangre para que podamos
sojuzgar el área sexual, para vencer tentaciones,
receptores de concupiscencia y romper con herencias
ancestrales dañinas en nuestra genética.
Cuando Jesús fue circuncidado expuso su
vergüenza para que nosotros podamos superar la
propia cuando somos tentados en el área sexual,
buscando el poder de Dios para vencer las
tentaciones.
2. Derramamiento para ser benditos en el
trabajo, Lucas 22:43-44; Génesis 3:17-19
Algunas de las consecuencias del pecado de Adán y
Eva fueron la maldición sombre la tierra, el dolor
con el que comerían de ella todos los días de su vida,
y comer del pan con el sudor del rostro hasta que
volvieran a la tierra. Es decir que trabajarían sin
reposo, afanados por hacer producir la tierra.
El Señor Jesús fue obediente hasta la muerte y
cuando le estaba rindiendo su voluntad al Padre en el
monte Getsemaní1 su sudor era como gotas de
sangre, que caían a tierra.
Esa sangre fue derramada para anular las
maldiciones promulgadas al principio; por ello ahora
el trabajo, en lugar de ser maldición, es una
bendición y por ello podemos trabajar en el reposo
de Dios, como para Él y no para los hombres (Ef.
6:6-7).
1 Significa “prensa de aceite"
3. Derramamiento para quitar la rebeldía,
Mateo 27:26; Juan 19:1; Isaías 50:6a; Salmos
22:17
Antiguamente habían varias formas de azotar a las
personas.
Según el castigo romano la persona era
desvestida y atada en postura doblada a un pilar, o
tensada sobre una armazón. El azote estaba hecho de
tiras de cuero, con trozos aguzados de hueso o de
plomo, que desgarraban la carne de la espalda y del
torso.2
Según el castigo judío eran con tres tiras de
cuero, recibiendo el reo trece azotes en el torso
desnudo y trece sobre cada hombro.2 Se le ataban
las manos a una columna a ambos lados, luego el
servidor de la sinagoga le agarraba los vestidos hasta
que le quedaba el pecho descubierto. Tras él había
colocada una piedra y sobre ella se subía el servidor
de la sinagoga teniendo en su mano una correa de
ternero. Esta estaba primeramente doblada en dos y
las dos en cuatro; otras dos correas subían y bajaban
en ella. Su empuñadura tenía un palmo de largo y
otro palmo de ancho; el extremo llegaba hasta la
mitad del vientre. Se le azotaba un tercio por la
parte delantera y dos por la trasera.3
Bíblicamente el número trece significa
“rebelión” (Dt. 13; Nm. 13; Ap. 13).
Esto nos habla de que cuando el Señor derramó
de su sangre por los azotes, pagó por nuestras
rebeliones. Su sangre derramada nos da poder para
vencer la rebeldía que quiera originarse en nosotros
y para que ésta no afecte a nuestra descendencia (He.
7:9-10; Is 53:5).
4. Derramamiento para tener gozo,
Juan 16:20; Isaías 50:6b-7; Lamentaciones 1:2
Cuando al Señor Jesucristo le arrancaron la barba y
lo golpearon, derramó de la sangre que salió de sus
mejillas.
La amargura, la falta de consuelo, la traición y
situaciones similares pueden hacer llorar a las
personas, y al llorar las lágrimas derramadas corren
por las mejillas.
La sangre que el Señor derramó de sus mejillas
fue para pagar por nuestras tristezas y cambiar
nuestro lamento en baile (Sal. 30:11). Esa sangre es
bálsamo para sanarnos de las tristezas, para que en
medio de las tribulaciones podamos regocijarnos y
dejar que Él cambie la ceniza por gloria, el luto por
aceite de alegría, el espíritu angustiado por manto de
alegría (Is. 61:1-3).
El consuelo de Dios va a producir que le
elevemos nuestro canto, alabanza y adoración, y no
estemos callados sino que expresemos las maravillas
que Él ha hecho en nosotros; tal como ocurrió con
muchas personas, como el cojo que recibió la
sanidad de sus piernas por medio del apóstol Pedro
(Sal. 30:12; Hch. 3:1-9).
5. Derramamiento para renovar nuestra
mente, Mateo 27:27-30; Romanos 12:2
La corona de espinas que le pusieron al Señor y los
golpes que le dieron en la cabeza con la caña
provocaron que derramara de su sangre.
Este derramamiento nos enseña que el Señor
compró nuestra mente para que se la entreguemos
solamente a Él. Por ello constantemente debemos
transformarnos mediante la continua renovación de
nuestro entendimiento.
El Señor Jesús también abre nuestra mente
para que podamos comprender las Escrituras, por
ello debemos meditar constantemente en ella para
que nuestros pensamientos sean limpios.
La mente puede ser el taller de Dios si la
ocupamos en Él o del diablo si la mantenemos ociosa
(Lc. 24:45-47; Sal. 1:2; Is 26:3).
El trabajo que el Señor hace en nuestra mente
es para que en nuestro diario vivir hagamos uso de
su entendimiento (1 Co. 2:16 RV1569) y para que
lleguemos a amarlo con todo nuestro corazón, toda el
alma y toda la mente(Mt. 22:37).
6. Derramamiento para caminar y obrar
agradablemente para Dios, Juan 19:17-18; Lucas
24:39-40; Isaías 35:8; Salmos 22:16
Cuando crucificaron al Señor y le clavaron las
manos y los pies, derramó de su sangre.
La sangre que el Señor derramó de sus manos
fue para darnos la gracia de que nuestras obras
puedan agradar al Padre. Por eso las obras que
hacemos deben ser motivadas por el Espíritu Santo,
cubiertas con la sangre del Señor, y en santidad (Stg.
4:8). Las obras que son producto del humanismo y
que no pasan de ser puramente el esfuerzo humano
para recibir algún tipo de honra delante los hombres,
no son agradables al Señor (Is. 64:5; Mt. 6:1-9).
Las manos también están relacionadas con la
alabanza al Señor, por ello debemos hacer uso de la
sangre de Jesús, para levantarlas con santidad, sin ira
ni contiendas (1 Ti. 2:8; Ef. 2:22-13; 1 Co. 12:15).
Asimismo la sangre derramada de los pies del
Señor Jesús fue para que podamos agradar al Padre
en nuestro caminar; es decir, para que vivamos
agradándole por la fe. Debemos buscar la limpieza
de nuestros pies y hacer uso de las sandalias del
evangelio de la paz para predicar las buenas nuevas
del Evangelio (He. 11:6; Jn. 13:5-8; Ro. 10:15).
Bíblicamente los pies necesitan un tratamiento
especial; por ejemplo en el Evangelio de Juan vemos
que cuando Lázaro resucitó fue necesario desatarlo
de las manos y pies para que pudiera caminar (Jn.
11:44). También vemos que hubo personas que
después de haber sido liberados de demonios por
Jesucristo se sentaban a sus pies, lo que nos enseña
que el Señor también derramó de su sangre para
liberarnos y que podamos estar rendidos a sus pies
(Lc. 8:35).
7. Derramamiento para ser esposa del
Cordero, Juan 19:34; Apocalipsis 22:17
Cuando el soldado le abrió el costado a Jesucristo se
derramó sangre y agua de su cuerpo.
Esa sangre fue derramada para que los
cristianos podamos llegar a ser parte de la novia del
Señor (Ap. 21:9; Ef. 5:25-27).
Así como al primer Adán le formaron a su
esposa de la costilla que le sacaron del costado,
también al postrer Adán, es decir Jesucristo, cuando
derramó la sangre de su costado, fue para que le
formaran a su esposa (Gn. 2:21-22).
Este último derramamiento nos habla de consagración
para formar parte de la esposa del
Cordero (2 Co. 11:2).
Dios nos compró, no con oro ni plata, ni con
cosas corruptibles sino con la preciosa
sangre de Cristo, para salvarnos, romper
maldiciones, para limpiarnos, liberarnos,
restaurarnos y transformarnos, por ello
constantemente debemos hacer uso de esa sangre
para hacer efectivas las bendiciones de Dios en
nuestra vida y poder acercarnos y agradar al Padre.
jueves, 13 de mayo de 2010
historia de Naamán, el sirio
ZAMBULLIDOS EN EL RÍO DEL ESPÍRITU
Amados hermanos este mensaje comienza con un relato que pertenece a la mitología griega y que lo hallamos en el relato de la Ilíada, cuyo autor fue Homero. Y es la historia de Aquiles. Cuenta que su madre Tetis lo tomó de los talones cuando era un bebé y lo introdujo en las aguas del río Éstige para convertir a Aquiles en invulnerable. Lo logró. Pero Tetis olvidó que tenía a su niño tomado del talón, punto que permaneció humanamente frágil.
Adulto ya y héroe de Troya, allí fue precisamente donde Aquiles recibiría su herida fatal. Así nació la expresión "el talón de Aquiles" para definir una debilidad insuperable.
Y ahora dejemos de lado a Aquiles y su punto débil, sobre el que volveremos en el final del mensaje.
Hoy La Palabra tiene por título: “Zambullidos en el río del Espíritu”. Y es la historia del general sirio Naamán. Leamos 2 Reyes 5:1-19
Naamán lo tenía todo. Fama, riqueza, poder, reconocimiento. O mejor dicho, lo tenía casi todo. Porque Naamán sufría de lepra. Servía en su hogar una joven hebrea quien había sido llevada cautiva por bandas sirias. La joven habló con la esposa del general sobre el poder de Jehová para sanarle. Informado por su esposa de tal posibilidad, llevó Naamán su causa ante el propio rey sirio. Este lo apreciaba lo suficiente como para enviarlo con una carta de recomendación al rey de Israel, Joram. Nos dice La Palabra que el enfermo preparó su viaje llevando consigo muchos y espléndidos presentes. Claro, él pensaba que al Dios de los israelitas se lo podía comprar con tales y tantos regalos. No solo erraba en esto sino también erraba al pensar que su problema lo podía resolver el monarca de Israel. Cuando Joram recibe las cartas que el sirio traía en su mano creyó ver una conspiración en su contra. Al llegar a oídos del profeta Eliseo los lamentos del rey, envió a decirle que mandara a su presencia al leproso. Era una excelente oportunidad para demostrar a un pueblo idólatra como Siria el poder del Dios Único y Verdadero.
Es interesante analizar los pensamientos que se cruzaron por la mente de Naamán. Mientras se dirigía en su espléndido carruaje rodeado de una, seguramente, no menos imponente comitiva, iba imaginando lo que, a su juicio, estaba por ocurrir. Una recepción con toda la pompa y los honores le sería tributada. De seguro aquel profeta saldría de su casa a recibirle con toda deferencia y grandes manifestaciones de respeto. Al fin y al cabo, no era cualquier persona la que lo visitaba. Era el gran Naamán general del ejército de la gran Siria. Sin duda, aquel profeta sanador pondría sus manos sobre él, o tal vez las agitaría de una manera misteriosa e hipnótica. O, mejor aún, danzaría alrededor suyo emitiendo sonidos guturales o cantando con palabras desconocidas y mágicas. Luego de aquello ocurriría la sanidad. Naamán dejaría sus regalos y su lepra también.
Cuando el leproso llegó a la casa del profeta todas sus expectativas se derrumbaron como un castillo de naipes. El que tenía que recibirlo, agitar misteriosamente las manos o danzar como un poseído a su alrededor, no solamente ni lo recibió, ni movió las manos, ni cantó, sino que directamente ni apareció. ¡Qué decepción! En cambio el único que salió a su encuentro fue un mísero sirviente con un mensaje del tal profeta. El mensaje que Eliseo le mandó aumentó el desconcierto y el fastidio del sirio. No solo no eran excusas las que Eliseo le enviaba por su comportamiento tan poco hospitalario, ni esgrimía una virulenta gripe como impedimento para una recepción más grandilocuente. Nada de eso. Al contrario, aumentaba el insulto con una orden descabellada y ofensiva. ¡Sumergirse en el Jordán! ¡En el Jordán! ¡Pocas aguas más sucias e inmundas! ¡Zambullirse no una sino siete veces en semejante suciedad! Pero si el más mísero riacho de Siria era preferible a aquellas aguas repugnantes. Lo que el profeta le mandaba era inaceptable. Si se trataba de una burla era incomprensible. ¿Acaso ignoraba deliberadamente a su visitante, o se trataba de una provocación lisa y llana? Conteniendo a duras penas su ira, Naamán decidió volverse por su camino. Era tal su enojo que había pasado por alto lo más importante de lo que Eliseo le había dicho: Luego de zambullirse en el Jordán sería sanado de su lepra. Y eso precisamente fue lo que uno de sus siervos le hizo notar. ¿Si fuera algo mucho más complicado lo que tuvieras que hacer para sanarte, verdad que lo harías? ¿Cuánto más esto que es mucho más sencillo? El general sirio estaba ante una encrucijada. No era una misión arrojada y valerosa la que tenía por delante. No era enfrentar espada en mano a uno o varios enemigos. ¡Si eso fuera todo! No. Esto era más difícil. Naamán debía enfrentar enemigos mucho más poderosos. Su propio orgullo, su vanidad, su ego, su manera racional de ver las cosas, y, por sobre todo, entender que el Dios de los hebreos era infinitamente diferente a sus propios dioses. Las palabras de sus siervos le hicieron, detenerse primero, tomar un tiempo para meditar, y, luego de evaluar la situación, cambiar de planes. Al fin y al cabo lo que el profeta le aseguraba era ser sanado después de hacer lo que le mandaba.
Allí entonces Naamán comenzó a vencer los fantasmas de su propia mente. Volvió sobre sus pasos, se despojó de sus ropas, y se metió en las pocas cristalinas aguas del Jordán. Primero una zambullida, después una segunda y una tercera. Siete veces se zambulló el leproso. Es interesante resaltar que la palabra “zambullirse” es la única vez que se menciona en toda la Biblia. En hebreo es “TABAL” y significa entre otras acepciones: Sumergir, meter, hundir, mojar, teñir. Repito, teñir, prestemos atención a este concepto. Ahora entendemos el sentido amplio de la orden de Eliseo. Es como si le hubiera dicho a Naamán: “Sumergite íntegramente en la aguas, teñite por completo en ellas, y sanarás”. Lo que Naamán hizo en el Jordán en un sentido simbólico fue bautizarse en aquellas aguas. Cada una de esas zambullidas, que fueron siete, recordemos como expresión del número de la perfección, algo del orgulloso general sirio moría para dar, cada vez que emergía de ellas, vida a un nuevo hombre. Tan nuevo como la piel que se renovaba cada vez que lo hacía. ¡Y el leproso fue sanado! ¡El milagro había acontecido! Una vez más, obedecer a la palabra de Dios daba el resultado prometido.
Un nuevo Naamán, y nuevo no solo en el sentido físico sino, y por sobre todo, sino en el más amplio sentido espiritual, regresó al profeta para manifestar también gratitud por su intervención y reconocer la grandeza de Jehová. Naamán fue a buscar sanidad y en las aguas del Jordán las encontró. Se bautizó con fe y su fe fue ampliamente recompensada.
Hermanos hoy El Señor nos invita a entrar en esas aguas que dan vida. El río de Dios está fluyendo con poder para sanar, libertar y romper cadenas. Ese río no es otro que el de su Espíritu y como bien leemos en el libro del profeta Ezequiel todo el que entre en esas aguas sanará. Naamán venció sus pensamientos racionales. Claro que los ríos de Damasco eran más limpios pero no sanaban. Hermanos debemos luchar con el discernimiento que Dios nos da para no escoger sustitutos al río del espíritu. Claro que puede haber un montón de cosas que podemos hacer y buscar. Pero no nos sanarán, no nos liberarán ni cambiarán nuestras vidas. Solo el sumergirnos en el río de Dios nos hará benditos. El sirio debió zambullirse en aquellas aguas. Su obediencia fue premiada. Así como seremos nosotros recompensados en la obediencia total a Dios. Aprendamos a vencer nuestros prejuicios, preconceptos, ideas arcaicas y razonamientos humanos. Venzamos el orgullo, el ego, el creernos mejores que los demás.
Y ahora volvamos a Aquiles y su famoso talón. Porque no alcanza con teñirnos un poco, debemos entregar todo a Dios. Porque si no lo hacemos, cada área de nuestra vida que no esté bajo el gobierno total y absoluto del Espíritu será nuestro “Talón de Aquiles”, y no dudemos que los dardos del maligno apuntarán en esa dirección.
La Total llenura del Espíritu hará que perdamos cada día más nuestra naturaleza carnal y nos vayamos tiñendo del color inconfundible de un hijo de Dios. Naamán se zambulló 7 veces, zambullámonos cada día en esas aguas que sanan y transforman.
Amados hermanos este mensaje comienza con un relato que pertenece a la mitología griega y que lo hallamos en el relato de la Ilíada, cuyo autor fue Homero. Y es la historia de Aquiles. Cuenta que su madre Tetis lo tomó de los talones cuando era un bebé y lo introdujo en las aguas del río Éstige para convertir a Aquiles en invulnerable. Lo logró. Pero Tetis olvidó que tenía a su niño tomado del talón, punto que permaneció humanamente frágil.
Adulto ya y héroe de Troya, allí fue precisamente donde Aquiles recibiría su herida fatal. Así nació la expresión "el talón de Aquiles" para definir una debilidad insuperable.
Y ahora dejemos de lado a Aquiles y su punto débil, sobre el que volveremos en el final del mensaje.
Hoy La Palabra tiene por título: “Zambullidos en el río del Espíritu”. Y es la historia del general sirio Naamán. Leamos 2 Reyes 5:1-19
Naamán lo tenía todo. Fama, riqueza, poder, reconocimiento. O mejor dicho, lo tenía casi todo. Porque Naamán sufría de lepra. Servía en su hogar una joven hebrea quien había sido llevada cautiva por bandas sirias. La joven habló con la esposa del general sobre el poder de Jehová para sanarle. Informado por su esposa de tal posibilidad, llevó Naamán su causa ante el propio rey sirio. Este lo apreciaba lo suficiente como para enviarlo con una carta de recomendación al rey de Israel, Joram. Nos dice La Palabra que el enfermo preparó su viaje llevando consigo muchos y espléndidos presentes. Claro, él pensaba que al Dios de los israelitas se lo podía comprar con tales y tantos regalos. No solo erraba en esto sino también erraba al pensar que su problema lo podía resolver el monarca de Israel. Cuando Joram recibe las cartas que el sirio traía en su mano creyó ver una conspiración en su contra. Al llegar a oídos del profeta Eliseo los lamentos del rey, envió a decirle que mandara a su presencia al leproso. Era una excelente oportunidad para demostrar a un pueblo idólatra como Siria el poder del Dios Único y Verdadero.
Es interesante analizar los pensamientos que se cruzaron por la mente de Naamán. Mientras se dirigía en su espléndido carruaje rodeado de una, seguramente, no menos imponente comitiva, iba imaginando lo que, a su juicio, estaba por ocurrir. Una recepción con toda la pompa y los honores le sería tributada. De seguro aquel profeta saldría de su casa a recibirle con toda deferencia y grandes manifestaciones de respeto. Al fin y al cabo, no era cualquier persona la que lo visitaba. Era el gran Naamán general del ejército de la gran Siria. Sin duda, aquel profeta sanador pondría sus manos sobre él, o tal vez las agitaría de una manera misteriosa e hipnótica. O, mejor aún, danzaría alrededor suyo emitiendo sonidos guturales o cantando con palabras desconocidas y mágicas. Luego de aquello ocurriría la sanidad. Naamán dejaría sus regalos y su lepra también.
Cuando el leproso llegó a la casa del profeta todas sus expectativas se derrumbaron como un castillo de naipes. El que tenía que recibirlo, agitar misteriosamente las manos o danzar como un poseído a su alrededor, no solamente ni lo recibió, ni movió las manos, ni cantó, sino que directamente ni apareció. ¡Qué decepción! En cambio el único que salió a su encuentro fue un mísero sirviente con un mensaje del tal profeta. El mensaje que Eliseo le mandó aumentó el desconcierto y el fastidio del sirio. No solo no eran excusas las que Eliseo le enviaba por su comportamiento tan poco hospitalario, ni esgrimía una virulenta gripe como impedimento para una recepción más grandilocuente. Nada de eso. Al contrario, aumentaba el insulto con una orden descabellada y ofensiva. ¡Sumergirse en el Jordán! ¡En el Jordán! ¡Pocas aguas más sucias e inmundas! ¡Zambullirse no una sino siete veces en semejante suciedad! Pero si el más mísero riacho de Siria era preferible a aquellas aguas repugnantes. Lo que el profeta le mandaba era inaceptable. Si se trataba de una burla era incomprensible. ¿Acaso ignoraba deliberadamente a su visitante, o se trataba de una provocación lisa y llana? Conteniendo a duras penas su ira, Naamán decidió volverse por su camino. Era tal su enojo que había pasado por alto lo más importante de lo que Eliseo le había dicho: Luego de zambullirse en el Jordán sería sanado de su lepra. Y eso precisamente fue lo que uno de sus siervos le hizo notar. ¿Si fuera algo mucho más complicado lo que tuvieras que hacer para sanarte, verdad que lo harías? ¿Cuánto más esto que es mucho más sencillo? El general sirio estaba ante una encrucijada. No era una misión arrojada y valerosa la que tenía por delante. No era enfrentar espada en mano a uno o varios enemigos. ¡Si eso fuera todo! No. Esto era más difícil. Naamán debía enfrentar enemigos mucho más poderosos. Su propio orgullo, su vanidad, su ego, su manera racional de ver las cosas, y, por sobre todo, entender que el Dios de los hebreos era infinitamente diferente a sus propios dioses. Las palabras de sus siervos le hicieron, detenerse primero, tomar un tiempo para meditar, y, luego de evaluar la situación, cambiar de planes. Al fin y al cabo lo que el profeta le aseguraba era ser sanado después de hacer lo que le mandaba.
Allí entonces Naamán comenzó a vencer los fantasmas de su propia mente. Volvió sobre sus pasos, se despojó de sus ropas, y se metió en las pocas cristalinas aguas del Jordán. Primero una zambullida, después una segunda y una tercera. Siete veces se zambulló el leproso. Es interesante resaltar que la palabra “zambullirse” es la única vez que se menciona en toda la Biblia. En hebreo es “TABAL” y significa entre otras acepciones: Sumergir, meter, hundir, mojar, teñir. Repito, teñir, prestemos atención a este concepto. Ahora entendemos el sentido amplio de la orden de Eliseo. Es como si le hubiera dicho a Naamán: “Sumergite íntegramente en la aguas, teñite por completo en ellas, y sanarás”. Lo que Naamán hizo en el Jordán en un sentido simbólico fue bautizarse en aquellas aguas. Cada una de esas zambullidas, que fueron siete, recordemos como expresión del número de la perfección, algo del orgulloso general sirio moría para dar, cada vez que emergía de ellas, vida a un nuevo hombre. Tan nuevo como la piel que se renovaba cada vez que lo hacía. ¡Y el leproso fue sanado! ¡El milagro había acontecido! Una vez más, obedecer a la palabra de Dios daba el resultado prometido.
Un nuevo Naamán, y nuevo no solo en el sentido físico sino, y por sobre todo, sino en el más amplio sentido espiritual, regresó al profeta para manifestar también gratitud por su intervención y reconocer la grandeza de Jehová. Naamán fue a buscar sanidad y en las aguas del Jordán las encontró. Se bautizó con fe y su fe fue ampliamente recompensada.
Hermanos hoy El Señor nos invita a entrar en esas aguas que dan vida. El río de Dios está fluyendo con poder para sanar, libertar y romper cadenas. Ese río no es otro que el de su Espíritu y como bien leemos en el libro del profeta Ezequiel todo el que entre en esas aguas sanará. Naamán venció sus pensamientos racionales. Claro que los ríos de Damasco eran más limpios pero no sanaban. Hermanos debemos luchar con el discernimiento que Dios nos da para no escoger sustitutos al río del espíritu. Claro que puede haber un montón de cosas que podemos hacer y buscar. Pero no nos sanarán, no nos liberarán ni cambiarán nuestras vidas. Solo el sumergirnos en el río de Dios nos hará benditos. El sirio debió zambullirse en aquellas aguas. Su obediencia fue premiada. Así como seremos nosotros recompensados en la obediencia total a Dios. Aprendamos a vencer nuestros prejuicios, preconceptos, ideas arcaicas y razonamientos humanos. Venzamos el orgullo, el ego, el creernos mejores que los demás.
Y ahora volvamos a Aquiles y su famoso talón. Porque no alcanza con teñirnos un poco, debemos entregar todo a Dios. Porque si no lo hacemos, cada área de nuestra vida que no esté bajo el gobierno total y absoluto del Espíritu será nuestro “Talón de Aquiles”, y no dudemos que los dardos del maligno apuntarán en esa dirección.
La Total llenura del Espíritu hará que perdamos cada día más nuestra naturaleza carnal y nos vayamos tiñendo del color inconfundible de un hijo de Dios. Naamán se zambulló 7 veces, zambullámonos cada día en esas aguas que sanan y transforman.
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mensaje iglesia nueva vida en cristo
martes, 11 de mayo de 2010
sábado, 8 de mayo de 2010
guerra espiritual
Principados, Potestades, Huestes Celestiales
EFESIOS 6 : 10 - 13
"Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes".
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