ZAMBULLIDOS EN EL RÍO DEL ESPÍRITU
Amados hermanos este mensaje comienza con un relato que pertenece a la mitología griega y que lo hallamos en el relato de la Ilíada, cuyo autor fue Homero. Y es la historia de Aquiles. Cuenta que su madre Tetis lo tomó de los talones cuando era un bebé y lo introdujo en las aguas del río Éstige para convertir a Aquiles en invulnerable. Lo logró. Pero Tetis olvidó que tenía a su niño tomado del talón, punto que permaneció humanamente frágil.
Adulto ya y héroe de Troya, allí fue precisamente donde Aquiles recibiría su herida fatal. Así nació la expresión "el talón de Aquiles" para definir una debilidad insuperable.
Y ahora dejemos de lado a Aquiles y su punto débil, sobre el que volveremos en el final del mensaje.
Hoy La Palabra tiene por título: “Zambullidos en el río del Espíritu”. Y es la historia del general sirio Naamán. Leamos 2 Reyes 5:1-19
Naamán lo tenía todo. Fama, riqueza, poder, reconocimiento. O mejor dicho, lo tenía casi todo. Porque Naamán sufría de lepra. Servía en su hogar una joven hebrea quien había sido llevada cautiva por bandas sirias. La joven habló con la esposa del general sobre el poder de Jehová para sanarle. Informado por su esposa de tal posibilidad, llevó Naamán su causa ante el propio rey sirio. Este lo apreciaba lo suficiente como para enviarlo con una carta de recomendación al rey de Israel, Joram. Nos dice La Palabra que el enfermo preparó su viaje llevando consigo muchos y espléndidos presentes. Claro, él pensaba que al Dios de los israelitas se lo podía comprar con tales y tantos regalos. No solo erraba en esto sino también erraba al pensar que su problema lo podía resolver el monarca de Israel. Cuando Joram recibe las cartas que el sirio traía en su mano creyó ver una conspiración en su contra. Al llegar a oídos del profeta Eliseo los lamentos del rey, envió a decirle que mandara a su presencia al leproso. Era una excelente oportunidad para demostrar a un pueblo idólatra como Siria el poder del Dios Único y Verdadero.
Es interesante analizar los pensamientos que se cruzaron por la mente de Naamán. Mientras se dirigía en su espléndido carruaje rodeado de una, seguramente, no menos imponente comitiva, iba imaginando lo que, a su juicio, estaba por ocurrir. Una recepción con toda la pompa y los honores le sería tributada. De seguro aquel profeta saldría de su casa a recibirle con toda deferencia y grandes manifestaciones de respeto. Al fin y al cabo, no era cualquier persona la que lo visitaba. Era el gran Naamán general del ejército de la gran Siria. Sin duda, aquel profeta sanador pondría sus manos sobre él, o tal vez las agitaría de una manera misteriosa e hipnótica. O, mejor aún, danzaría alrededor suyo emitiendo sonidos guturales o cantando con palabras desconocidas y mágicas. Luego de aquello ocurriría la sanidad. Naamán dejaría sus regalos y su lepra también.
Cuando el leproso llegó a la casa del profeta todas sus expectativas se derrumbaron como un castillo de naipes. El que tenía que recibirlo, agitar misteriosamente las manos o danzar como un poseído a su alrededor, no solamente ni lo recibió, ni movió las manos, ni cantó, sino que directamente ni apareció. ¡Qué decepción! En cambio el único que salió a su encuentro fue un mísero sirviente con un mensaje del tal profeta. El mensaje que Eliseo le mandó aumentó el desconcierto y el fastidio del sirio. No solo no eran excusas las que Eliseo le enviaba por su comportamiento tan poco hospitalario, ni esgrimía una virulenta gripe como impedimento para una recepción más grandilocuente. Nada de eso. Al contrario, aumentaba el insulto con una orden descabellada y ofensiva. ¡Sumergirse en el Jordán! ¡En el Jordán! ¡Pocas aguas más sucias e inmundas! ¡Zambullirse no una sino siete veces en semejante suciedad! Pero si el más mísero riacho de Siria era preferible a aquellas aguas repugnantes. Lo que el profeta le mandaba era inaceptable. Si se trataba de una burla era incomprensible. ¿Acaso ignoraba deliberadamente a su visitante, o se trataba de una provocación lisa y llana? Conteniendo a duras penas su ira, Naamán decidió volverse por su camino. Era tal su enojo que había pasado por alto lo más importante de lo que Eliseo le había dicho: Luego de zambullirse en el Jordán sería sanado de su lepra. Y eso precisamente fue lo que uno de sus siervos le hizo notar. ¿Si fuera algo mucho más complicado lo que tuvieras que hacer para sanarte, verdad que lo harías? ¿Cuánto más esto que es mucho más sencillo? El general sirio estaba ante una encrucijada. No era una misión arrojada y valerosa la que tenía por delante. No era enfrentar espada en mano a uno o varios enemigos. ¡Si eso fuera todo! No. Esto era más difícil. Naamán debía enfrentar enemigos mucho más poderosos. Su propio orgullo, su vanidad, su ego, su manera racional de ver las cosas, y, por sobre todo, entender que el Dios de los hebreos era infinitamente diferente a sus propios dioses. Las palabras de sus siervos le hicieron, detenerse primero, tomar un tiempo para meditar, y, luego de evaluar la situación, cambiar de planes. Al fin y al cabo lo que el profeta le aseguraba era ser sanado después de hacer lo que le mandaba.
Allí entonces Naamán comenzó a vencer los fantasmas de su propia mente. Volvió sobre sus pasos, se despojó de sus ropas, y se metió en las pocas cristalinas aguas del Jordán. Primero una zambullida, después una segunda y una tercera. Siete veces se zambulló el leproso. Es interesante resaltar que la palabra “zambullirse” es la única vez que se menciona en toda la Biblia. En hebreo es “TABAL” y significa entre otras acepciones: Sumergir, meter, hundir, mojar, teñir. Repito, teñir, prestemos atención a este concepto. Ahora entendemos el sentido amplio de la orden de Eliseo. Es como si le hubiera dicho a Naamán: “Sumergite íntegramente en la aguas, teñite por completo en ellas, y sanarás”. Lo que Naamán hizo en el Jordán en un sentido simbólico fue bautizarse en aquellas aguas. Cada una de esas zambullidas, que fueron siete, recordemos como expresión del número de la perfección, algo del orgulloso general sirio moría para dar, cada vez que emergía de ellas, vida a un nuevo hombre. Tan nuevo como la piel que se renovaba cada vez que lo hacía. ¡Y el leproso fue sanado! ¡El milagro había acontecido! Una vez más, obedecer a la palabra de Dios daba el resultado prometido.
Un nuevo Naamán, y nuevo no solo en el sentido físico sino, y por sobre todo, sino en el más amplio sentido espiritual, regresó al profeta para manifestar también gratitud por su intervención y reconocer la grandeza de Jehová. Naamán fue a buscar sanidad y en las aguas del Jordán las encontró. Se bautizó con fe y su fe fue ampliamente recompensada.
Hermanos hoy El Señor nos invita a entrar en esas aguas que dan vida. El río de Dios está fluyendo con poder para sanar, libertar y romper cadenas. Ese río no es otro que el de su Espíritu y como bien leemos en el libro del profeta Ezequiel todo el que entre en esas aguas sanará. Naamán venció sus pensamientos racionales. Claro que los ríos de Damasco eran más limpios pero no sanaban. Hermanos debemos luchar con el discernimiento que Dios nos da para no escoger sustitutos al río del espíritu. Claro que puede haber un montón de cosas que podemos hacer y buscar. Pero no nos sanarán, no nos liberarán ni cambiarán nuestras vidas. Solo el sumergirnos en el río de Dios nos hará benditos. El sirio debió zambullirse en aquellas aguas. Su obediencia fue premiada. Así como seremos nosotros recompensados en la obediencia total a Dios. Aprendamos a vencer nuestros prejuicios, preconceptos, ideas arcaicas y razonamientos humanos. Venzamos el orgullo, el ego, el creernos mejores que los demás.
Y ahora volvamos a Aquiles y su famoso talón. Porque no alcanza con teñirnos un poco, debemos entregar todo a Dios. Porque si no lo hacemos, cada área de nuestra vida que no esté bajo el gobierno total y absoluto del Espíritu será nuestro “Talón de Aquiles”, y no dudemos que los dardos del maligno apuntarán en esa dirección.
La Total llenura del Espíritu hará que perdamos cada día más nuestra naturaleza carnal y nos vayamos tiñendo del color inconfundible de un hijo de Dios. Naamán se zambulló 7 veces, zambullámonos cada día en esas aguas que sanan y transforman.
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